30 noviembre 2009

RECUERDOS DE BACHIMALA

El eco de mi voz se pierde en el horizonte. Grito desde el Bachimala, a 3.177 metros sobre el nivel del mar. El cinturón pirenaico que separa Francia de España tiene otros picos de mayor altitud, pero no se divisan desde aquí. Me olvido de ellos y, hasta donde alcanza mi visión, estoy en la montaña más alta. Otras personas contemplan conmigo este orgasmo visual.
En Madrid, los edificios te ocultan el horizonte para que no seas capaz de mirar más allá, para que te olvides de que hay otras cosas tras las cuatro paredes que te rodean día a día. Aquí es distinto. Aquí no tienes barreras de hormigón. Desde aquí, se pierde la mirada y te embriaga una sensación de insignificancia y poder. Mires donde mires, no hay límite; tus pies son el único obstáculo. Desearía volar, poder abrir mis alas e ir mucho más lejos, allí donde nadie ha llegado nunca. Ya he hecho parte del camino y no ha sido fácil. Por muchas piedras que te hagan caer, siempre hay una mano que te ayuda a levantarte. Pero ahora querría seguir el rumbo de las nubes y acompañarlas donde quiera que vayan. Poder convertirme en un halcón y divisar desde arriba cómo la gente hace su vida. Poder ser ajeno a ella. Poder vivir la mía como quiera y donde quiera. Seguir respirando este aire extraoxigenado con el que cuesta respirar. Volver algún día a subir esta montaña como ya hice una vez…

Mi mente me devuelve a la realidad.
Y Madrid me recibe con el sonido de los coches y de los semáforos que controlan su tránsito.
Y Bachimala vuelve a ser una de las fotos que acumulo en mi ordenador. Ese pico que una vez subí, aunque otros se quedaron en la subida, a su pesar. Ese pico que una vez subí, acompañado de unos cuantos que hacían fuerza de la sed, del calor y del cansancio. Ese pico que una vez subí, con la ayuda de muchos y ayudando a unos pocos. Ese pico que una vez subí, sacando agua del poco hielo glacial que quedaba. Ese pico que una vez subí, cantando y hablando con muchos. Ese pico que una vez subí contigo, Aitor, pisando donde tú pisabas, siguiendo el ritmo que tú ponías, con nuestras conversaciones en clave y los gritos de ánimo para los que iban detrás. Ese pico que tardamos tres días en subir pero que, una vez en la cima, recordamos porqué merecía la pena llegar. Ese pico que, espero, volveremos a subir juntos algún día.

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