18 noviembre 2009

UNA NOCHE

“Tengo que irme a casa”, pensaba. Allí estábamos, en casa de Marta, tirados por el sofá, o en una silla, o de pie esperando a que decidiésemos hacer algo. Decidimos que debíamos dormir. “¿Y dónde voy a dormir?”
- Miguel y tú dormís en el sofá, ¿vale? Sé que vais a estar un poco apretados pero es lo que hay- dijo Marta con una sonrisita y encogiéndose de hombros- No os importa, ¿no?
“Al contrario. Me apetece muchísimo”. Unos cuantos minutos más y todos estuvimos ubicados en nuestro sitio. Marta y Garrido en su habitación, Vir en uno de los sofás del comedor, y Miguel y yo en el otro sofá. Después de quitarme las lentillas, ir al baño, dar vueltas por el pasillo para demorar el momento,… volví a entrar en el comedor. Él se tumbó e intentó echarse lo más al fondo posible del sofá y, después, extendiendo los brazos, me invitó a ponerme a su lado. Le miré y acepté su invitación sin palabras. Me eché en el borde y le abracé para no caerme. Tenía medio cuerpo fuera pero él me agarraba, estaba seguro de que no me iba a caer sólo por sentir sus brazos en mi espalda. “Y ahora, ¿qué?”
- Joder, Orco, eres un pesado.
La voz de Virginia se oyó en cualquier habitación. Orco, el gato de Marta, estaba tumbado encima de ella, intentando recibir cariño. Obviamente, no lo obtuvo.
Mientras estábamos tumbados y sin que nadie lo esperase, oímos los gritos de Marta y de su madre, discutiendo porque su casa no era un motel. “No debería haberme quedado”. Me levanté y volví a ponerme los pantalones. Tampoco sabía porqué, ya que no iba a ningún sitio. Simplemente, me los puse. “Tranquilízate”
-Tranquilízate- oí como Miguel me decía.
“¿Cómo puede saber lo que pienso en cada momento?”
-La madre de Marta nunca ha sido así. Una vez, vinimos de un concierto y…- Virginia y sus anécdotas.
No podía escucharla. Estaba nervioso porque no sentía que ése fuera mi lugar. Yo debería estar durmiendo en casa de mi abuela, y no allí. “¿Qué hago?”
- Vuelve a tumbarte.
Sentí como él me miraba incluso en la oscuridad. Volví a tumbarme a su lado mientras Vir seguía con su historia.
Estuvimos un rato hablando los tres, se me cerraban los ojos.
Unos cuantos minutos más, y nos callamos. Ya eran las cinco de la mañana. Entonces le miré y pude ver cómo me sonreía. Le besé y le abracé más fuerte, y esta vez no era para no caerme. Me sentía protegido, querido, aceptado,... Me sentí especial. “No le merezco”
Dormimos unas horas. A las ocho ya estaba despierto. Me levanté intentando no despertarle, sin éxito. Medioabrió los ojos y volvió a cerrarlos. Fui a ver si alguien estaba despierto. Nadie. “¿Cómo puede ser tan increíble?” Volví al salón y me senté en una silla desde la que podía ver a Miguel dormir. “Todo el mundo es más joven cuando duerme” Orco intentó subirse a la mesa pero se cayó haciendo un ruido que hizo que Miguel abriese los ojos de nuevo. Me acerqué al sofá y me acomodé en el suelo con un par de cojines apoyando la cabeza en un pequeño hueco que había en el sofá. “Esto quiero que sea lo que vea cada mañana al despertarme” Empecé a tocarle el brazo para que volviera a dormirse pero, de nuevo, el gato pasó por encima de él y abrió los ojos. Se quedó mirándome y yo volví a abrazarme a él, volví a tumbarme a su lado. “Te quiero, pero no me atrevo a decírtelo” Le besé. Él respondió al beso. Suavemente, con cariño, como en un sueño.
“¿Realmente estoy despierto?”
-Coño, Orco, quita. Es que eres pesadísimo- de nuevo, Orco luchaba por un espacio del sofá que Virginia le había usurpado.
Ya los tres despiertos, comenzamos de nuevo a hablar. “Tengo que irme antes de las once” Hablamos un rato más, lo colocamos todo como buenamente pudimos y avisamos a Marta y a Garrido de que nos íbamos.
Salimos y nos dirigimos al metro. “¡Qué noche! No te merezco. Eres increíble. Me das todo lo que nadie me ha dado. Me encantan tus pequeños detalles. Es que eres genial. Mierda, creo que me estoy enamorando.” El metro llegó y me puse a leer Frankenstein para no tener que pensar más.

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