19 octubre 2009

ESPEJOS

Cuando por fin me atreví a mirarme al espejo, descubrí porqué había estado tanto tiempo sin mirarme. Supe que no era mi rostro lo que buscaba; buscaba el rostro de otro.
Y lloré. Intenté contener mi llanto y vi cómo los músculos se tensaban momentos antes de que la primera lágrima se deslizase por mi mejilla. Cerrando los ojos, esa lágrima se pegó a la pestaña para quedar tras una nube. Una nube de tristeza que no quería sentir mía. Rozaban mis mejillas mientras miraba en otros espejos de la casa que me reflejaban, de nuevo, eso que no buscaba. Pude mirarme desde todos los ángulos posibles. Lágrimas repetidas hasta el infinito. Cada vez menos espejos en los que encontrarle. Continuaba mirando espejos. Espejos. Más espejos. Mi madre tiene siempre un espejo en la puerta de cada armario. Y otro más grande en el salón. Y en el recibidor. Y en los baños. Y uno pequeñito en la cocina. Y otros, aún más pequeños, guardados en diferentes cajones. Continuaba viendo un rostro, el rostro de un perfecto desconocido, que siempre me miraba de frente. Supuse que era yo. Pero él no estaba. En ningún espejo. Ninguno había guardado su imagen. Todos reflejaban la misma estúpida cara con los ojos rojos, la nariz mocosa y los labios vibrantes.
Los rompí todos. Él no estaba reflejado. Tampoco estaba dentro. Simplemente, no estaba. Él no estaba.
Él no estaba.
Él no está.
¿Él estará?
Seguiré mirando en los espejos que encuentre. Seguiré sin encontrarlo. Y, así, seguiré rompiendo espejos. Para que, al romperse, se formen pedazos y consiga, de un solo espejo, infinitos. Él mundo se llenará de espejos. Y así sólo seguirá reflejándose la misma estúpida cara de ojos rojos, nariz mocosa y labios vibrantes.
La misma.
La misma estúpida.
La misma estúpida cara de ojos rojos, nariz mocosa y labios vibrantes.
La misma estúpida cara de ojos rojos, nariz mocosa y labios vibrantes que, algún día y por suerte, dejaré de ver.
¿Por qué?

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