SÓLO QUEDAMOS TÚ Y YO

-Todavía sigo aquí. A tu lado.
-Lo sé. Gracias
Y es que ella no podía saber hasta qué punto se lo agradecía. Hubo un tiempo en el que él había estado rodeado de gente. Pero no de personas. Gente que intentaba hacerse un hueco en su vida. Visitantes de su corazón para después llevarse un pedazo consigo y dejarlo roto. Marionetas que hablaban mucho pero actuaban poco. Desconocidos que le juzgaban sin conocerle. Empresarios que tenían ojos exclusivamente para lanzar miradas despectivas. Periodistas rosas que jugaban a inventarse relatos para sumirle en la miseria. Cantantes que acompañaban a sus lágrimas. Pero, ¿amigos? Sólo ella. Y gracias a ella iba tapando los agujeros de su corazón, iba actuando sin olvidar las palabras, había aprendido a no juzgar y a hacer "ojos ciegos a miradas de odio", a conseguir un sitio donde apoyarse y que le sirviese de impulso para levantarse cuando le tiraban, a seguir adelante y a tener algo más que canciones para acompañarle en sus días tristes. Ella era quien le había ayudado a hacer todo eso. Ella le había hecho reír y llorar, ella le había prestado su oído y su hombro, ella había buscado en los escaparates el regalo perfecto para luego volver a casa con las manos vacías pero con una sonrisa en los labios con la esperanza de que otro día lo encontrará. Ella era esa persona que le había acompañado toda su vida.
Siempre.
Ahora sólo quedaban ella y él. Y él no tenía palabras para agradecérselo. Ni las tenía ahora, ni las tendría nunca.
Cuando llegó su momento, lo último que dijo fue:
- Sólo quedamos tú y yo. Lo demás no importa