28 septiembre 2009

DAVID

La música del By rebota en su cabeza. Las paredes pintadas de rojo se mezclan con las caras de más hombres tan borrachos como él. Dos tíos se dan el lote a su espalda y, movido por la música, les empuja.

- ¿Qué haces, gilipollas?

- Lo siento.

Y vuelven a lo suyo. Lenguas que intercambian saliva mientras las manos bajan por la espalda para apretar el culo más o menos seboso de alguien que, seguramente, no volverán a ver. David sigue bailando mientras se dirige a la barra para pedir su cuarto Brugal con Coca-cola; aunque antes ha bebido otros cuantos cubatas en el Ghetto. Va solo, sin nadie a quien conozca, por lo menos aparentemente. Tiene los ojos vacíos, sin mirar nada, ni sentir nada. Sólo bebe y baila. Un chico más joven se le acerca por detrás y empieza a bailar con él, agarrándole por la cintura. David le deja hacer, le deja que ponga la mano a tan sólo dos centímetros del cinturón. Está demasiado ocupado pagando el ron al de la barra. Ni siquiera se da cuenta de que el de la barra le deja su número de teléfono junto al vaso de tubo. Da la vuelta y vuelve a abrirse paso entre la gente, con dos manos pegadas a su cintura unidas a un cuerpo que le sigue y en el que ni siquiera se ha fijado. Cuando encuentra un pequeño hueco al lado del ventilador, se da la vuelta y se encuentra con un chico de su edad, unos veintitantos, moreno, ni guapo ni feo, un poco más alto que él y sin ninguna gracia al bailar. Le mira por primera vez a los ojos y desvía la mirada. Le levanta la cara sujetándole por la barbilla y le obliga a mirar a sus ojos marrones.

- ¿Qué quieres? ¿Quieres algo en especial o sólo te interesa follarme?

Desaparece la sonrisita de gilipollas y, en su lugar, aparece la típica cara de “¿es a mí a quien hablas?”. Tras hacer acopio de valor, prueba una última vez.

- De momento, quiero bailar contigo. Después, ya veremos.

- Yo no quiero bailar contigo.

Nunca David había sido tan seco. Siempre, o casi siempre, había bailado con todo el mundo sin preocuparle el físico, la raza o el color de la ropa interior. Pero ahora es diferente. Ahora no está Mario. Ya no está. Ya todo ha terminado.

Como un auténtico capullo. Así es como se siente ahora David. Sentado en el césped de Plaza de España, le dijo que todo había terminado, que no podía dedicarle tanto tiempo como él le exigía, que estaba agobiado con la situación, que no podía seguir así y que era mejor dejarlo. En realidad, lo que quería decir era que le dejase un poco de espacio, que le seguía queriendo pero que no tenía tanto tiempo como querría para estar con él.

Mario entonces se dio la vuelta y sólo dijo: “Vale”. Se abrazó las piernas y bajó la cabeza dejándola entre las rodillas. David le miró y dudó entre irse sin más o intentar rectificar. Porque, en realidad, no quería dejarlo. Porque, sin él, se sentía uno más del mundo. Sin él, no era nada especial. Le apretó el hombro y Mario se escapó en cuanto notó su mano. Entonces se dio cuenta de que era irremediable. De que era un capullo y un imbécil por haber roto la mejor relación que había tenido. De que no habría más paseos sin rumbo, más mensajes sin esperarlo, más besos por sorpresa. Eso sí, ahora tendría todo el tiempo que le dedicaba. Él se quejaba de que no tenía tiempo con la universidad, su familia, el musical que preparaba, el curso de no sé que, las clases de conducir,… Pero no se dio cuenta de que Mario estaba solo. De que sus padres le echaron de casa por decirles que era homosexual y se encontró en la calle sólo con el título de graduado escolar, sin casa, sin trabajo. Se conocieron y la vida de Mario cambió. David y Mario. Mario y David. El uno era impensable sin el otro. Mario le iba a buscar a todos los sitios donde David tenía que hacer algo, que no era pocos. David siempre buscaba lugar en su agenda para estar con él. Mario siempre esperaba la llamada de David, cada vez con menos uñas. Siempre juntos, menos cuando David tenía alguna obligación. Obligaciones era como las veía, a veces, excusas porque se agobiaba. Y se agobió. Y lo mandó todo a la mierda.

Y ahora es cuando se da cuenta de que la cagó. De que nunca volverá a tener eso con nadie. De que ese “vale” ha sido la palabra que más le ha dolido en toda su vida.

Ahora, con un chico moreno que podría ser majísimo y tener el segundo corazón más grande del mundo, después del corazón de Mario, es cuando ve que nunca volverá a ser como antes. Ya no tiene ganas de conocer a nadie. No quiere sorprenderse con más gente falsa y retorcida.

- Perdona. No pretendía ser tan seco. No estoy bien, no me apetece conocer a nadie y lo siento, pero me tengo que ir.

- Gilipollas.

Más decepciones. Más gente igual. Clones creados por una sociedad hipócrita y aparente.

No habrá más Marios.

Y ya no hay vuelta atrás.

1 comentario:

  1. sabes cuál es el problema?

    que no dejas entrar realmente a esos "clones". Eres una persona que les pones tu mejor sonrisa, para esconderte cuando preguntan si estás bien.

    No son malos. Ni siquiera vulgares. Son personas, cada una con una rareza, que te da miedo dejar entrar.

    Lo que yo piense no debe cambiar nada, pero si quieres un miniconsejo... déjales que te dén lo que tú das.

    Sino, no me hubieras conocido a mí, ¿no?

    Jose, déjate ya de juegos. Has empezado una nueva vida, juega ese papel en el escenario por un tiempo, hasta que veas que no es más que la faceta que querías sacar desde hace tiempo. No te escondas, somos muchos los que salimos en tu busca.

    Mucha suerte pekeño. Cuida a todos, que yo te cuido a ti ^^ y muchas más personas, como Aitor, Cris o Merche, darían lo que fuera por ti.

    Inténtalo. Sino, nunca llegarás a nada.

    ResponderEliminar