10 mayo 2011

PRÍNCIPE Y... ¿PRÍNCIPE?

Había una vez un príncipe muy apuesto llamado X que vivía en un lejano reino más allá de las montañas.
Su padre cayó enfermo y, antes de su muerte, le pidió un último desea a su hijo: ver cómo se casaba.
Entonces, el príncipe emprendió un largo viaje para encontrar a la persona con la que compartiría el resto de su vida y pudiese reinar durante largos años. Pasó por calurosos desiertos, por los más eternos páramos, navegó durante meses, buscó en las cuevas más recónditas,... pero no encontraba a nadie que cumpliera con sus expectativas.
Así, de camino a casa, se encontró con una rana.
- Bésame - le dijo la rana.
X pensó que estaba soñando ya que no podía ser que una rana le hablase.
- Bésame - le repitió la rana.
- ¿Es a mí? - preguntó el príncipe, sorprendido de que la rana pudiese hablar.
- Pues claro que es a ti, ¿a quién si no? - contestó la rana.
El príncipe cogió a la rana del suelo y se la puso delante de la cara.
- ¿Por qué tendría que besarte? - le preguntó. No es muy normal que una rana hable y mucho menos que lo primero que te diga es que la beses.
- Hace tiempo, cuando vivía en mi reino, decidí darle una noticia a mi padre. Él era un rey muy poderoso y justo; era muy querido por su pueblo. Él me quería mucho pero, cuando se enteró de que era homosexual, le pidió al hechicero del reino que realizase una pócima con la que perdiera mi forma humana. Por eso, ahora soy una rana y sólo volveré a ser humano si otro hombre me da un beso.
El príncipe recapacitó acerca de lo que le había contado la rana. Su padre no sabía que él era homosexual y quería pensar que lo aceptaría pero, en el fondo de su corazón, albergaba la duda de si le quería tanto como para aceptar algo así.
Al fin y al cabo, pensó que un beso no le haría daño a nadie y, por el contrario, le hacía un favor al príncipe rana.
Cuando lo besó, la rana empezó a brillar, aumentó su tamaño y, ante sus ojos, apareció un hombre esbelto, con los ojos azules y la sonrisa más bella que nunca había visto.
- Gracias - le dijo el príncipe rana. Y le besó de nuevo, esta vez con su forma humana.
X nunca había sentido algo así. Nunca había besado a nadie pero no necesitaba besar a una mujer para saber que a él le atraían los hombres. Y, en especial, ese hombre-rana.
Le pidió que le acompañase a su reino y que conociese a sus padres para pedirle matrimonio.
Cuando X y el príncipe-rana llegaron al castillo, el rey había empeorado aún más. Entró en los aposentos reales acompañado del príncipe-rana y vio a su padre tendido en la cama, con su esposa al lado.
Al ver la reina que su hijo venía con alguien más, acomodó otra silla al lado del lecho y ambos príncipes se acomodaron en los asientos.

- Padre, he venido con alguien aunque quizá no sea exactamente como esperabas. He buscado a lo largo de todo el país, he surcado mares, he visto paisajes que no podrías ni imaginar. Pero la única persona que he encontrado y me ha hecho sentir parte de ella es el hombre que ves sentado a mi lado. Había sido víctima de un conjuro del que yo le saqué con un beso, y ahora está aquí para conocerte y para recibir tu bendición, ya que quiero que sea la persona con la que viva el resto de mi vida.
Las manos del príncipe sudaban del nerviosismo que sentía. Su padre estaba enfermo y no quería que una noticia de aquella magnitud pudiese hacerle empeorar.
- Hijo mío - comenzó el padre- quizá no sea como esperaba. Pero los hijos no están para cumplir las expectativas de sus padres, sino para que vivan una vida feliz acompañados de quien ellos deseen. Yo te quiero tanto si eres homosexual como si eres heterosexual. Si dices que éste es el hombre con el que quieres compartir tu vida, adelante. Yo soy feliz si tú eres feliz.
El hijo se abrazó a su padre. La reina comenzó a llorar. El príncipe-rana sonreía observando la escena.
El rey murió y los príncipes reinaron felices durante mucho tiempo. Llegaron a ser tantos años los que reinaron, que la gente vio como algo normal que fuesen dos reyes los que gobernasen su reino.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

¿Quién me dice a mí que no pueda existir un cuento así?

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