Dïa 7: De sitio a sitio en el bus: de Avilés a Covadonga (los lagos helados...the winter is coming, la cascada que te hace encontrar novio...o eso dicen), y de allí a Cangas de Onís (donde se comen croquetas de cabrales con chocolate), para acabar en Lastres (Lasdos en Canarias).
Día 8: Gijón. Visita al acuario, sentirme un niño pequeño, disfrutar viendo los peces y sonreir sólo con eso. De allí, a la playa porque bañarse en mitad de diciembre siempre está bien, para ir a las termas y tener algo de tiempo libre. Volvemos a Avilés y acabar teniendo agujetas (y estas afónico al día siguiente) por el mejor partido de baloncesto que nunca he jugado. Se va notando el final.
Día 9: En bus a León, andando por la ciudad para acabar en una catedral en la que no se podía entrar y que hemos sustituido, en mi caso, por un colacao. Y en el bus jugando al mus y viendo vídeos hasta Madrid.
Fin del viaje
¿Y todo esto para qué?
Porque se lo merecen. Porque tras las preocupaciones del día a día, se merecen tener un tiempo para desconectar en los que puedan disfrutar.
¿Y para mí?
Porque no hay otro sitio en el que me sienta más valorado y querido que en La Balsa.
Por ello mismo, gracias.
Y el viaje no termina ahí, todas las experiencias quedan en la confianza, en la alegría, en las conversaciones,...
Y en los detalles como los de Álvaro con sus palabras:
"Gracias por haber estado en este viaje, por cada palabra que dices con felicidad, y por servirme de ejemplo en tantos aspectos día a día. Espero que sigamos así muchos años más, y este en el musical, a darlo todo! Y que, como dijiste, la falta de tiempo no se convierta en falta de cariño".
¿Cómo no voy a sentirme valorado y querido si sólo puedo sonreír cuando estoy en La Balsa?