Cabizbajo, camino poniéndoles nombres a las estrellas. Busco constelaciones y me invento otras. Oigo a los búhos ulular. Pie tras pie, avanzo por la ribera. Puedo ver el rielar, mágico y distinto según el día. Huelo el verdor de la hierba, el dulzor de algunos arbustos de tomillo que hay a mi alrededor. Saboreo el frío del aire y me escama la piel esa fresca sensación del viento acunándome. Siento, al cerrar los ojos y omitir el resto de sentidos, cómo la naturaleza me acoge en su seno y me siento en el río con la corriente salpicando mis tobillos.
Sólo el agua y los árboles me acompañan. Nadie más está conmigo. Pero no me entristezco por ello.
Decido tumbarme en las piedras y consigo amoldar mi cuerpo a su forma. La espalda se convierte en un desierto de dunas. Me permito olvidarme de este mundo esquelético de oscuridad y hojas caídas.
Siento que hay tiempo, aquí donde no parece pasar.
Una sonrisa se dibuja en mi rostro, el cual mantiene los ojos cerrados, cuando la brisa se transforma en vendaval por unos segundos.
Acerco una mano a la orilla y mis dedos se entremezclan con el agua que fluye sin miedo, que crea y da vida, que alivia…O ahoga.
Abro los ojos y pienso que hay mayor claridad que cuando los cerré. Miro en rededor y todo parece más iluminado. Al fin, me levanto lentamente, apoyando ambas manos sobre el terreno, y oteo entre los árboles de la orilla de enfrente. Presiento que hay algo allí. La claridad aumenta y me parece ver un foco de luz allá donde he fijado la vista. Cada vez se acerca más y me obligo a apartar mi mirada. Su fulgor me ciega y la adivino aún apretando las pestañas.
“No quiero salir de mi penumbra. Aquí nadie me hace daño. Estoy cómodo sin nadie a mi lado, nadie que pueda volver a herirme. Decidí que nadie volvería a entrar, que no volvería a caer, que no querría tanto a nadie como para que las lágrimas atacasen de nuevo, más amargas que la última vez. ¡Déjame con mi dolor a solas! Quiero continuar con mi soledad. Ella no me daña, no me abandona, no exige, no condiciona, no coacciona…”
-Pero ella no puede quererte. Déjate querer.
Y, antes de abrir los ojos, sabía que eras tú. Tú eres esa luz que quiere acompañarme, espantar mis miedos, romper con mis dudas, exiliar para siempre a la soledad a la que tanto me he aferrado…
Y sabía que, después, tendría que llorar.
Pero, por primera vez en mi vida, sería de alegría.
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